miércoles, 31 de mayo de 2017

"Música para feos", por Lorenzo Silva.


Mónica y Ramón se conocen por azar, en un local nocturno, en el que ninguno de los dos pinta gran cosa. A veces, las historias comienzan así. Mónica y Ramón no han tenido mucha suerte en la vida, ni les quedan demasiadas esperanzas de tenerla alguna vez. Mónica es una periodista al borde de los treinta que subsiste con un subempleo que detesta. Ramón, mediados los cuarenta, se obstina en ser un misterio: no desvela a qué se dedica. 

Podrían no haberse vuelto a ver nunca, pero una semana después se reencuentran y la cosa ya no tiene remedio: la música que se les negaba empieza a sonar. Tiempo después, Mónica lo recuerda. En sus propias palabras: “Lo único limpio y hermoso que de veras he tenido”.




Qué difícil resulta escribir una buena historia de amor. Qué complejo retratar el sentimiento más universal y más trillado de la literatura, y hacerlo sin caer en la cursilada y el tópico. Y qué valiente en este caso en particular, viniendo de la mano de un autor consagrado como Lorenzo Silva, cuyo nombre se asocia además a un género que está en las antípodas de esta “Música para feos”. Y sin embargo, viene a demostrar que las buenas historias lo son sin más, ajenas a etiquetas y prejuicios.

A través de Mónica y Ramón, Silva saca esa capacidad tan suya para retratar el alma humana y su contenido. Y así dibuja llena de luz una primera parte que me robó el sueño, que me dejó temblando, como si me hallase yo misma en ésa cálida antesala de la historia de amor naciente. Con Mónica, con Ramón, asistimos a la reconciliación que uno ha de llevar a cabo consigo mismo antes de empezar de nuevo, y con ellos retomamos la esperanza, la fe. Sin revolcarse en las penurias pasadas, con la convicción que te otorgan esos primeros días.

“Me dormí pensando lugares donde citarle, con aquel temor antiguo a que decidiera no venir; el temor que un día había sido la antesala de la luz más hermosa, la luz que esa noche recé, como la creyente que ya no era, para que volviera a acariciarme la piel”.

Por mucho que me empeñe, difícilmente haré justicia con mis palabras, tan limitadas, a la amalgama de sensaciones que esa primera parte despertó en mí. Pero todo me pareció tan bien narrado, tan acertado en el tono y en la forma, envuelto en el aura de una madurez que suelo echar de menos cuando un autor me quiere hablar de amor.

Me gustó también la segunda parte, en la que la música toma protagonismo, y a través de ella casi siempre se hablan Mónica y Ramón, se dicen aquello con lo que no les alcanzan las palabras y los cuerpos. Porque a pesar del devenir de la trama, de la que nada más se debe desvelar, conserva la calidez y la belleza que me conquistó en los primeros capítulos.

Mucho más dura me resultó una tercera parte de la poco puedo hablar por miedo a hacerlo más de la cuenta. Pero me lo resultó, sobre todo, porque se aborda un tema sobre el que mis ideas están tan claras, desde hace tanto, que no pude acabar de conectar con ella. En el fondo, yo solo quería que siguiera sonando la música.

“Y veo la paz de eso que ya éramos, de eso que podríamos ser, no sé si durante meses, años o toda la vida, porque esto nadie lo sabe y los escorpiones de la incomprensión y el recelo acechan debajo de cada piedra que puedas un mal día o una mala noche levantar.”

No seré yo quien le descubra a nadie, a estas alturas, las bondades de la narrativa de Silva. Pero sí os invito a visitar esta novela, que ha sido para mí una grandísima sorpresa, a pesar de que ya estaba familiarizada con su estilo, pues por mis manos han pasado prácticamente todas las novelas protagonizadas por Bevilacqua y Chamorro. Aquí hay música, aquí reside una historia más honda, más bella, e inevitablemente, más dolorosa. 

miércoles, 24 de mayo de 2017

"La amaba", por Anna Gavalda.


Pierre, un rico industrial de sesenta y cinco años, invita a Chloé, su joven nuera, a pasar un fin de semana en la casa de campo familiar. Ella acepta, llevada por la necesidad de cambiar de aires ante el reciente abandono de su marido. La amaba está magistralmente tejida en torno al diálogo que ambos mantienen en un momento crucial de sus vidas. Él, siempre arrogante e introvertido, bajará la guardia por primera y última vez para revelarle un secreto, lo que vivió... o tal vez lo que nunca vivió. La amaba es una novela alegre y triste a la vez, un fragmento de vida, una punzante historia de amor contada con la eficacia y la capacidad de observación que caracterizan a esta deslumbrante figura de las letras francesas. A través de un diálogo conmovedor, Anna Gavalda nos habla de nuestras vidas, nuestras dudas, nuestras renuncias, y también de nuestras esperanzas, nuestra ironía y nuestra ternura.


Descubrí a Anna Gavalda, como muchos, con “Juntos nada más”, quizá su novela más conocida y más “apta” para todos los públicos. Me gustó tanto que me propuse ahondar más en la literatura de la autora francesa, buscar ese algo más, ese pasito más allá, que sabía que sus letras podrían darme. Pedí una recomendación y me llegó de buena mano. “La amaba”, una novela mucho más íntima, mucho más densa en lo emocional. Que no se parece en nada a aquella historia que me la descubrió. Qué suerte la mía.

Reconozco que la premisa me pareció incómoda, casi la calificaría de poco creíble. Porque difícilmente me viene a la mente intimidad más extraña que la de un suegro y una nuera. Y sin embargo, también se lo parece a Chloé, que al fin y al cabo, ya no sabe qué creer de nada. Quizá por eso se deja conducir a esa casa de campo, porque está noqueada, abatida. Con dos niñas a su cargo y quebrada por una ruptura que no vio venir. O que no quiso ver, poco importa ya. La vida, tal como la entendía, se ha ido al garete, y Chloé es incapaz de recomponerse.

Narrada en su mayor parte como un diálogo entre Pierre y Chloé, Gavalda se revuelca en sentimientos tan universales, tan conocidos, que es imposible no quedarse atrapado en esa extraña intimidad que surge entre ambos. Por primera vez, el hombre arrogante y descreído que ha sido Pierre se resquebraja ante la espectadora más inesperada. Como si la ruptura de su hijo y su nuera fuese también, en parte, aquella que él no fue capaz de acometer.

“La amaba” es una de ésas historias que uno no se atreve a recomendar. Que sólo os animaría a leer en unos de ésos momentos de asfixia, cuando se necesita parar a respirar. Si podéis, debéis asistir a este diálogo tal cual lo hace Chloé, junto a la chimenea, con una copa de vino en la mano, respirando la soledad necesaria para dejarse llevar.
                                                                                                                                        


viernes, 19 de mayo de 2017

"La maldición de Hill House", por Shirley Jackson.

La maldición de Hill House (The Haunting of Hill House, 1959), considerada una de las principales novelas de horror del siglo XX, narra el inquietante experimento de John Montague, doctor en Filosofía y antropólogo, que lleva años entregado al estudio de «las perturbaciones psíquicas» que suelen manifestarse en las «casas encantadas». Infructuosamente ha buscado una casa idónea, cuando un día oye hablar de Hill House, una mansión solitaria y de siniestra reputación. Montague decide alquilarla y busca ayudantes dispuestos a pasar una temporada en ella: Eleanor, una mujer desdichada que, tras once años cuidando a su arisca madre inválida, se ha vuelto una persona solitaria; Theodora, joven alegre y curiosa, seleccionada por su increíble capacidad telepática; y Luke, vividor y mentiroso, incluido en el grupo por exigencia de la propietaria, su tía. El objetivo: tomar notas de cualquier fenómeno paranormal que se presente para documentar el libro sobre casas encantadas que prepara el doctor. Las alucinantes experiencias que vivirán en la casa será mejor que el lector las descubra por sí mismo.

La novela que hoy os traigo es un clásico de la literatura gótica, y viene de la mano de una autora que es referente en el género. De Shirley Jackson leí hace unos meses la fantástica “Siempre hemos vivido en el castillo”, que os adelanto ya que estará entre mis mejores lecturas de este año, y “La lotería”, uno de sus relatos más conocidos. Me propuse, pues, ahondar un poco más en la figura de una autora que ha servido de inspiración para los que han ido llegando al género de terror después que ella. Y decidí hacerlo con su obra más emblemática, “La maldición de Hill House”, que sin embargo, no me ha llenado tanto como esperaba.

Quizá sea precisamente esa inspiración que supuso Hill House para las generaciones venideras lo mejor de la novela. Ha sido un auténtico placer ir encontrando en ella instantes que después hemos visto en la literatura del género (Stephen King es un devoto confeso de la autora) y también en el cine, pues hay mucho de Jackson en el cine de Amenábar o Wan.

El otro elemento a destacar, el más llamativo, es la magnífica ambientación de ésa casa encantada, parapetada en lo alto de la colina, personificada hasta el extremo…

Era una casa vil. Con las palabras fluyendo libremente en su mente experimentó un escalofrío y pensó, Hill House es vil, es una casa enferma; márchate de aquí de inmediato.

Jackson juega con la distribución, la verticalidad y la metáfora para dotar de vida a la mansión, erigiéndose como arquitecta de un laberinto complejo, casi dotado de inteligencia propia, capaz de ahondar en la psique de sus habitantes y manipularles a su antojo. Y, sin embargo, deja la puerta abierta a la locura, a que aquello sólo sea un invento de sus habitantes. Una visión que recuerda a lo que hacía Henry James en su clásico “Otra vuelta de tuerca”.

El silencio empujaba incansable contra la madera y la piedra de Hill House, y lo que fuera que caminase allí dentro, caminaba solo.

No se le puede negar a la autora el mimo con el que crea a sus personajes, el cuidado con el que perfila sus personalidades. Se empeña en ahondar tanto en su psicología que, en ocasiones, uno acaba un tanto saturado de tanto soliloquio, en especial en lo que se refiere al personaje de Eleonor, que tengo que confesar que ha terminado sacándome de quicio en más de una ocasión.

Mención aparte para el estilo narrativo de Shirley Jackson, que exhibe una prosa barroca, con un vocabulario riquísimo y abundancia de figuras literarias. Funciona en lo descriptivo pero no tanto cuando sus personajes toman la voz, sobre todo en esos monólogos internos que resultan a veces farragosos y reiterativos. Al margen de eso, me ha llamado especialmente la atención el uso que hace de la cursiva para dar énfasis a algunas expresiones, en ocasiones sólo palabras sueltas. Un recurso sencillo que utiliza con tanto tino que consigue provocar la inquietud que pretende en el lector. Tan efectivo que lo heredó el mismísimo Stephen King.

Como veis, una lectura que me ha dejado sensaciones encontradas pero que me alegro de haber abordado. Me sigue interesando la figura de esta autora y su obra, y espero bucear un poquito más en ella más adelante. Y es que a “La maldición de Hill House” no se le puede negar su valor como obra base para la literatura del género de terror,  a pesar de que ahora, con la distancia, sus misterios se nos antojen algo infantiles y sus personajes un poquito cargantes.

martes, 16 de mayo de 2017

"La chica que dejaste atrás", por Jojo Moyes.


En 1916 el artista francés Édouard Lefèvre ha de dejar a su mujer, Sophie, para luchar en el frente. Cuando su ciudad cae en manos de los alemanes, ella se ve forzada a acoger a los oficiales que cada noche llegan al hotel que regenta. Y desde el momento en que el nuevo comandante posa su mirada en el retrato que Édouard pintó de su esposa nace en él una oscura obsesión que obligará a Sophie a arriesgarlo todo y tomar una terrible decisión.

Casi un siglo más tarde, el retrato de Sophie llega a manos de Liv Halston como regalo de boda de su marido poco antes de su repentina muerte. Su belleza le recuerda su corta historia de amor. Pero cuando un encuentro casual revela el verdadero valor de la obra, comienza la batalla por su turbulenta historia, una historia que está a punto de resurgir, arrastrando con ella la vida de Liv.



Hay algo especial en la forma de escribir de Jojo Moyes. Creo que es la naturalidad con la que fluye su narración, la forma en la que crea sus personajes, consiguiendo que casi se materialicen frente a tus ojos. Es también ese toque de humor en medio del caos, la sonrisa que surge en mitad de la desesperación que todos hemos sentido alguna vez. Porque Moyes construye historias amables, bonitas, que sin embargo contienen un poso de tristeza en sus cimientos.

En “La chica que dejaste atrás”, esos cimientos se hallan en la ocupación francesa por parte de las tropas alemanas durante la I Guerra Mundial. En la pequeña localidad de Péronne ya solo quedan mujeres y niños, pues los hombres partieron al frente. Allí, Sophie y su hermana Hèlene siguen regentando Le Coq Rouge, un pequeño hostal que supone el único medio de supervivencia para toda la familia.

Me ha parecido una auténtica delicia esta primera parte. Moyes retrata con precisión y sutilidad sentimientos como el dolor ante la ausencia de los seres queridos, la desazón de no poder alimentar a los tuyos o el miedo de vivir bajo la opresión del enemigo.  Todo ello en el marco del pequeño Le Coq Rouge, con sus olores y sabores, y más allá de sus puertas, el pequeño pueblo de St Péronne, con lo bueno y lo malo de ésos pequeños pueblos, con sus fidelidades, sus habladurías y sus maledicencias. Al frente de esta línea temporal se halla el personaje de Sophie, una mujer valiente, fiel a sus creencias, que se verá obligada a luchar contra sus propios principios para seguir adelante.

Quizá por eso me costó el cambio de tercio, cuando la historia de Sophie se corta de una forma un tanto abrupta y nos adentramos en la línea temporal presente.  En ella conocemos a Liv Halston, una mujer frágil, rota por la reciente pérdida de su marido, que se verá inmersa, para más inri, en un complicado proceso judicial. Y es que Liv es la dueña del cuadro La chica que dejaste atrás, en el que el artista francés Édouard Lefèvre retrató a su esposa, Sophie, antes de la guerra y que acabó en manos de los nazis.

Me ha resultado interesante el tema de las obras de arte expoliadas durante la II Guerra Mundial, y el proceso por el que muchas de ellas son devueltas a los descendientes de sus legítimos dueños. Sin embargo, he de confesar que fascinada como estaba por la trama de Sophie, el periplo de Liv se me ha hecho innecesariamente largo y doloroso, aderezado por un romance bonito pero que se desarrolla de forma un tanto precipitada.

En todo caso, estamos a una lectura muy agradable, narrada con ese estilo amable y delicado tan característico de Moyes, con unos personajes bien perfilados y que acaban resultando entrañable (mención especial a ese neurótico padre de Liv). Una encantadora novela para todos los públicos, ideal para un fin de semana de ésos de manta, café calentito y sofá.

sábado, 13 de mayo de 2017

"Los tres cerditos y el lobo", por Pilar Navas.

A través de este cuento clásico pretendemos trabajar con los niños y niñas un concepto que resulta muy abstracto en estas edades: los prejuicios. Hasta ahora los niños conocían una parte de la historia: la versión de los cerditos. 

Con este nuevo cuento pretendemos mostrarles la otra posible versión: la del lobo... como la otra cara de una misma moneda. Pueden coexistir varios puntos de vista en función de cada protagonista, por lo que siempre será necesario escuchar todas las partes. En realidad no existe ni el bien ni el mal en la realidad que nos rodea. En muchos casos existe solamente un juicio mental impuesto por la cultura: un prejuicio. Nosotros pretendemos educar a los niños en la erradicación de dichos prejuicios con el fin de crear individuos con su propia capacidad crítica para caminar hacia una sociedad más armónica, favoreciendo la tolerancia, la empatía y el respeto hacia la diversidad como elemento enriquecedor de nuestra sociedad.

No acostumbro a traer al blog reseñas de libros infantiles a pesar de que en casa hay ya una buena colección de cuentos de todo tipo. Pero la historia que hoy os traigo es especial por dos razones: la primera porque proviene de la editorial Geu, un grupo que edita unos materiales para atender a la diversidad del alumnado que siempre me han gustado mucho; y segunda y más importante, porque nos ofrece un enfoque distinto de un clásico que es, además, el cuento favorito del rey de mi casa. Así que hoy os traigo mis impresiones (y las suyas) de esta revisión que hace Pilar Navas de “Los tres cerditos y el lobo”.

Y es que a pesar de todos conocemos bien la historia de esos tres cerditos, tan rollizos y poco dados al trabajo, pocas veces nos hemos planteado cuál sería la versión del antagonista. Por eso nos invita su autora a cuestionarnos cuál era el objetivo real de aquel lobo, y si su periplo por las tres casas tenía alguna motivación más allá de la simple glotonería. Narrado con una prosa amable y dotada de cierta musicalidad, y unas ilustraciones coloridas y muy divertidas, consigue el objetivo de captar la atención del niño.

Me ha parecido un planteamiento muy interesante, sobre todo, para trabajar en un aula, donde se puedan poner en común las distintas ideas que vayan surgiendo por parte de los niños. Además, se presta a dinámicas de aula, tipo role play, para trabajar aspectos como la empatía, que en mi experiencia personal, es uno de los valores más complejos y difíciles de trabajar en clase.
A mi niño, que es un experto en la materia, le ha gustado, aunque con tres añitos aún es pequeño para captar la esencia de la propuesta. Y además, tengo que reconocerlo, es un pelín purista para esto de los clásicos, y prefiere a un lobo malvado y feroz, que no sienta un atisbo de piedad por los rollizos hermanos.

Os animo, si tenéis niños en casa o mejor aún, si contáis con una pequeña audiencia de alumnos de infantil, a compartir con ellos esta versión tan particular. Creo que os va a sorprender todo lo que podéis sacar de ella.


jueves, 11 de mayo de 2017

"La canción del silencio", por Leara Martell.

La vida de Aída Lizaro era perfecta. Un amante esposo, una casa bonita, dinero y el estatus social necesario para ser alguien en la vida. Lo tenía todo a su alcance hasta que un día despierta desmemoriada y encerrada tras una pared de barrotes, con la única certeza de que ella no lo hizo, por mucho que las pruebas se empeñen en insinuar lo contrario.

Una prostituta, un enfermero y un niño serán los encargados de derribar y reconstruir la falsedad del matrimonio Delveccio. Tres testigos de una vida llena de abusos y mentiras, apariencias y dolor. Tres testimonios que se encargarán de abrir los ojos a la vergüenza y a la desesperación.

Su silencio era el arma favorita de Carlo Delveccio y eso le dio alas a Aída para volar. Amor, pasión, debilidad, sangre y una bonita canción de fondo hablando de muerte y liberación. Meses atrás, cuando la música no paraba de sonar.


Cuando un tema vuelve a la actualidad de forma recurrente y provoca un impacto fuerte en la sociedad, es inevitable que la literatura termine hablando de él. Quizá por eso,  la violencia de género se ha convertido en los últimos años en parte de la línea argumental de muchas novelas. Y reconozco que en lo que a mí respecta, no siempre me ha gustado la forma de abordarlo, sobre todo cuando el autor se entrega al drama o tira de cliché. Por eso hay que agradecerle a Leara Martell, sobre todo, su esfuerzo en dotar a una historia mil veces contada de una atrevida originalidad. Y hay que alabarle que, a pesar de los riesgos, salga victoriosa del lance.

Esta es mi obra. Mi debut. Mi regalo de muerte. Mi oda de amor.

Y es que “La canción del silencio” es un thriller concebido con alma de ópera. O al revés. Tanto monta, monta tanto. Dividida en cinco actos, más un prólogo y un epílogo, lo más llama la atención de entrada es la prosa de Leara Martell, barroca y excesiva, teatral. Cada acto será protagonizado por un personaje: Aída, Violeta, Bruno y Canio, cada cual con su soliloquio, apenas interrumpido de cuando en cuando por una línea de diálogo. Nos adentramos, así, en lo más hondo de cada cual, en sus motivaciones, y vamos descubriendo en qué modo tomó parte cada uno en la muerte de Carlo Delveccio.

Reconozco que al principio me chocó un tanto el estilo y la forma de abordar la historia. Pero conforme me fui familiarizando con ella, me pareció más atrevida, más valiente y más coherente, de modo que la narración, los personajes y la misma trama se aunaban con acierto. Más aún, la autora nos va llevando hacia un acto final cuya revelación ya intuimos desde mucho antes sin que eso le reste un ápice de apoteosis a la caída del telón.

Tras el epílogo, además, nos encontramos con un bonus track que la autora nos regala en forma de tres relatos breves. “Cisne roto”, “Venganza ciega” y “El secreto está en la masa” nos muestran la otra cara de una autora que exhibe aquí un lenguaje mucho más llano y un tono totalmente distinto al de “La canción del silencio”, aunque se adivinan la misma imaginación y originalidad. 

No es muy común últimamente, o al menos así me ha ocurrido a mí, toparse con autores noveles que consigan atraparte de la forma que Martell lo hace aquí, mostrando una voz fresca y propia y haciendo gala de un imaginario que tiene mucho que contar.

martes, 9 de mayo de 2017

"Hotel Iris", por Yoko Ogawa.

El Hotel Iris se halla junto al mar, en una pequeña localidad costera. Por él transitan los turistas, con la sal pegada a la piel, ajenos a la decadencia apenas perceptible que puebla sus paredes, con la pintura desconchada en los rincones. Pocos reparan en Marie, la joven tras el mostrador de recepción. Ni siquiera prestan atención a su pelo, recogido en un moño perfecto, a su mirada sumisa, a sus diecisiete años ansiosos de acumular experiencias. En el Hotel Iris se aloja una noche un traductor entrado en años, que acabará protagonizando un altercado en el pasillo con una prostituta. Su voz despierta en Marie algo cuya existencia ella desconocía. Y así se inicia entre ellos una historia difícil de calificar, con tantas formas de entenderla como lectores se aproximen a ella.

Reconozco que tenía muy buenas referencias sobre Yoko Ogawa,  especialmente de su “Lecturas de los rehenes”, y muchas ganas de adentrarme en el particular universo de esta autora japonesa que es conocida, sobre todo, por su capacidad para crear escenas perturbadoras. Al final, el azar quiso que me estrenara con ella con este “Hotel Iris”, una novela bastante menos conocida que aquella pero igualmente representativa de su estilo.

Y es que estamos ante una historia incómoda y densa en todos los sentidos. Quizá la mayor sencillez esté en la narración de la japonesa, que fluye con aparente simpleza, haciéndola asequible a cualquiera que se aproxime a ella. Mucho más compleja resulta en el plano emocional. La relación que surge entre el traductor y Marie provoca en el lector sensaciones encontradas, entre la atracción y la repulsión. Y entonces uno se acaba planteando en qué lugar nace ese rechazo que sentimos, esa incomodidad que la misma Marie no siente, pero si tú, como lector. ¿Hasta dónde llegan y de dónde vienen nuestros prejuicios?

Los encuentros de índole sexual entre Marie y el traductor van más allá del concepto que podréis hallar en cualquier novela calificada como erótica. La narración resulta incómoda, excesivamente gráfica sin ser descriptiva, a un tiempo, del acto sexual. Porque la esencia de la relación entre ambos no es sino la sumisión de Marie, una niña sin padre, sometida primero por una madre autoritaria que acaba extrapolando su forma de entender la vida al plano emocional. Que no puede sentirse querida si no es a través de la humillación.

Lo cierto es que esa atmósfera inquietante es una constante en toda la novela, y van mucho más allá del terreno sexual. Ogawa consigue transmitir un malestar palpable en otro tipo de escenas, como en la comida que comparten Marie, el traductor y el sobrino de éste, donde uno acaba con la piel electrificada por la tensión.

No es esta una novela para recomendar a nadie, sino una de ésas que permite distintas visiones, y que dependerá mucho de cómo la entienda cada lector. Es, sin lugar a dudas, una lectura triste, incómoda y ubicada a años luz de la zona de confort. Pero reconozco que a mí me ha gustado adentrarme en la obra de Ogawa, a la que tengo intención de seguir leyendo. 

miércoles, 3 de mayo de 2017

"Almas robadas", por Emelie Schepp.

Marcada de por vida, entrenada para matar.
Algunas cicatrices calan hasta lo más hondo.

Cuando un alto funcionario de Inmigración es hallado muerto a tiros en su casa, no faltan los sospechosos, entre ellos su mujer. Nadie, sin embargo, espera descubrir la misteriosa huella de la mano de un niño en la casa de un matrimonio sin hijos.

Jana Berzelius, una joven fiscal, es la encargada de instruir el caso. Brillante pero fría, al igual que su padre, un famoso fiscal, Berzelius no se deja impresionar por el histerismo de la viuda ni por las cartas amenazadoras que esconde la víctima. Jana es dura, distante, imperturbable. Hasta que aparece el niño…

Unos días después del primer asesinato, en un desierto paraje costero es hallado el cuerpo sin vida de un menor y, junto a él, el arma que sirvió para matar a la primera víctima. Al asistir a la autopsia del pequeño, Berzelius descubre algo extrañamente familiar en su cuerpo cubierto de cicatrices y extenuado por la heroína: unas marcas grabadas en la piel que remiten inmediatamente al tráfico de menores y que desencadenan en Jana un alud de recuerdos acerca de su oscuro y aterrador pasado. Esas cicatrices, hechas con premeditada maldad, la conmueven en lo más profundo.
Ahora, para proteger su pasado, Jana habrá de encontrar a la persona que se oculta tras los asesinatos antes de que lo haga la policía.

Lo primero que me llamó la atención de “Almas robadas” fue su portada, tan tétrica y sugerente, que me remitía al género de terror. Al leer las primeras reseñas comprobé que se trataba en realidad de un thriller de ésos que llamamos nórdicos, lo que hizo que aún tuviera más ganas de leerla, ya que hacía mucho que no me acercaba a una novela de este tipo. Reconozco que quizá mis expectativas iban un poquito infladas y al final, aunque ha resultado una historia entretenida, no ha conseguido llenarme del todo.

Nos encontramos una vez más con una de esas historias que se arma en dos líneas temporales que van convergiendo hacia un punto común conforme la novela avanza. En la línea temporal actual conocemos a la fiscal Jana Berzelius, una mujer que esconde grandes secretos y que tiene fama de dura y fría. Un personaje que, creo, debió ganarme más de lo que lo hizo en realidad. No conseguí crear ningún vínculo con ella, me pareció extremadamente fría, casi aséptica. A su alrededor pulula un equipo de investigadores de nombre impronunciable en los que tampoco se ahonda demasiado. Esta trama se vincula con otra que sabemos que ocurrió antes, aunque no tenemos referencias espacio temporales. Son capítulos escritos en cursiva, con un inicio muy impactante que luego va perdiendo algo de fuelle.

La ambientación es la propia de estas novelas, y poco hay de particular en ella. Frío y bruma por todas partes. Por lo demás, la historia podría ocurrir en cualquier otro lugar.
El desarrollo de la trama está bien llevado, hay cierta complejidad en ella y todo avanza y se resuelve con solvencia. Es entretenida, engancha, pero no llega a quitarte el sueño. Le falta fuerza y contundencia para ello, tanto a los personajes como al estilo de la autora, que me ha parecido excesivamente plano.

En definitiva, una novela de intriga para pasar un buen rato, sin excesivas complicaciones, al estilo Lackberg o Larsson, pero que se quedará un poquito corta para aquellos que están familiarizados con los nombres de Thilliez, Lemaitre o Dazieri.