jueves, 23 de febrero de 2017

"Con tal de verte volar", por Miguel Gane.




Este libro es un homenaje a las alas que dirigen tu vuelo hasta donde sólo se escucha el grito de la libertad, de la mujer libre.

Desde Madrid al cielo, únicamente pasando por el quinto piso de la calle en la que dijimos nuestro primer "Siempre" en formato poema. 

Nunca supe cómo despedirme y ahora he encontrado la manera: mirando al cielo, sabiendo que nunca más volveré a verte volar, pero sonriendo porque sé que estás por ahí, pareciéndote al sol, siendo mi luz.




“Con tal de verte volar” es la historia de su propio autor, Miguel Gane, pero podría ser también la de cualquiera de nosotros. Este es uno de ésos relatos con capacidad para llegar a todos, en cualquier parte, porque habla de algo tan universal como el amor, la pérdida, y sobre todo, de la resignación final a ver volar al otro mientras tú te quedas en tierra firme.

No es casual, claro, que Gane abra su poemario con los versos de “Un hombre sencillo”, que no es ni más ni menos que el punto de partida de su historia, la del niño rumano que dejó su tierra para venir a España, y que un día empezó a juntar letras y a escribir poemas. Y que aquí se enamoró, y perdió la partida.

"Escribo este libro
porque no sé fabricar bombas nucleares
y, después de todo,
algo tendré que lanzarte".

A partir de ese inicio, se alternan poemas más o menos ortodoxos con otros que, en mi ignorancia, me atrevo a calificar como prosa poética, ya que no se estructuran en forma de versos, pero mantienen la esencia del género. No voy a entrar a valorar ni unos ni otros, porque carezco de los conocimientos, la formación o el bagaje necesarios para hacerlo, pero es que aquí, en realidad, poco importan las formas, las figuras estilísticas, los recursos poéticos. Aquí lo que vale es lo que despierta en ti al leer.

Nos invita también el autor, al revivir su propia historia, a visitar los lugares en los que él estuvo, y aquí se erige Madrid como una protagonista más de su relato; a ver las películas que ellos vieron juntos, a escuchar las canciones que ambientaron su romance.  Recrea un lugar y una época a través de ellos, dotándola de un contexto que es familiar también para la mayoría de los que se decidirán a acercarse a sus letras. Tirando a veces de un lenguaje explícito, inesperado en este contexto, que logra sin embargo que todo suene a verdad.

La historia de amor que aquí se narra la hemos vivido todos, probablemente desde uno a otro lado, siendo a veces el que vuela lejos y otras el que se queda mirando desde el suelo. Y esa es su mayor virtud: la voz de Gane suena brutalmente honesta, real y comprensible. Y contiene, además, la capacidad de activar en nosotros ese resorte íntimo e invisible para traernos de vuelta nuestras propias historias.


martes, 21 de febrero de 2017

"El aviso de los cuervos", por Raquel Villaamil.

Brigit regresa a su ciudad de nacimiento en búsqueda del único familiar que tiene, su abuela. De los escasos recuerdos que guarda, poco queda en la casi abandonada ciudad de Ballymote. Sus calles, casas y bosques esconden misterios que parecen retroceder a los tiempos en que de las leyendas surgió algo real, algo monstruoso.

Brigit tendrá que encontrar todas las respuestas, buscar entre sus pesadillas y descubrir la verdad en un mundo que ya no es el suyo, y que se revela de entre las sombras cuando avisan los cuervos.

Hay historias que suponen para nosotros un viaje a otro tiempo y lugar. La novela que hoy os traigo ha sido, para mí, la vuelta a una estupenda época en la que devoraba novelas de corte fantástico, los fines de semana eran la excusa perfecta para darme un atracón de series y aún podía comer sándwiches de nocilla a pares sin que se quedasen a vivir para siempre en mis caderas. Sólo por ese viaje ya ha valido la pena leer “El aviso de los cuervos”.

Pero la nostalgia no es la única razón que me ha hecho disfrutar de esta novela de Raquel Villaamil. Y es que su atmósfera, sus personajes y la historia que nos plantea conforman un cóctel que agradará seguro a aquellos que disfrutan de las novelas que aúnan fantasía y romance.

La novela arranca con la vuelta de Brigit a Ballymote, de donde huyó siendo una niña. La ciudad pronto se convierte en una de las indiscutibles protagonistas de esta historia. Sobre ella flota una sensación opresiva y constante de inquietud, y el lector, como Brigit, siente un temor que no se concreta pero que flota constantemente en el ambiente. Villaamil apela a nuestros miedos infantiles, a la pérdida y el abandono, al ancestral temor al bosque, y consigue crear una atmósfera inquietante que se erige como uno de los puntos fuertes de la novela.

Quizá lo que mejor hace Villaamil es equilibrar los elementos de los que dispone, dosificando con acierto intriga, romance y fantasía, y manejando muy bien los tiempos de la novela. Así, la inquietud predominante en las primeras páginas va dejando paso a la fantasía, que gana terreno conforme los misterios se van desplegando ante nosotros, dando lugar a un universo con sus propias normas y habitantes que funciona bastante bien, a pesar de no ser especialmente novedoso.

Aquí, claro, es importante recordar que nos enfrentamos a un universo fantástico, y que en algún momento, tendrá que surgir la magia y las bestias, haciendo que ese miedo impreciso se materialice de algún modo. Por tanto, no es una historia para escépticos, pero sí para todos aquellos que disfrutan dejándose llevar por estos terrenos.

Me ha gustado mucho también el aspecto romántico de la novela, a pesar de que en algún momento Brigit me ha parecido un poquito volátil, pero la autora se las arregla para que incluso eso quede bien cerrado y justificado.

Como veis, son muchas las razones que me han hecho disfrutar de “El aviso de los cuervos”. Si os gustan este tipo de propuestas, os invito a adentraros en Ballymote y a conocer a sus habitantes a través de la narración de Raquel Villaaamil, una autora a la que me gustará seguir leyendo. ¿Qué tal un spin off sobre Mist? ;)

viernes, 17 de febrero de 2017

"La chica del abrigo azul", por Monica Hesse.

En mayo de 1940, el ejército alemán invadió los Países Bajos. A partir de ese momento, la población hebrea fue prácticamente aniquilada. Murieron las tres cuartas partes de los judíos holandeses. A pesar de ello, la población nunca renunció a su derecho a ser héroes. Entre los estudiantes, muchos de ellos aún niños, se gestaron numerosos grupos que colaboraban de forma activa con la resistencia. En “La chica del abrigo azul”, Monica Hesse intenta recrear a través de sus personajes a aquellos muchachos, especialmente el Grupo de Estudiantes de Amsterdam, universitarios que se dedicaron a rescatar niños de las garras de los nazis.

Hanneke se dedica a comprar y vender en el mercado negro, a escondidas de sus padres. El ejército alemán ha invadido Amsterdam y unos pocos cigarrillos o unos gramos de chocolate son un preciado tesoro. Un día, una de sus clientes le hace un encargo distinto: localizar a una chica judía, que hasta ahora vivía oculta en su despensa, y que ha desaparecido sin dejar rastro. A partir de ese momento, Hanneke se obsesiona con la chica del abrigo azul, y moverá cielo y tierra para encontrarla.

Creo que el planteamiento de la novela de Monica Hesse era difícilmente mejorable. El Holocausto, con todo lo que conllevó, es un período histórico que no conviene olvidar y que siempre ha actuado como magnífica ambientación para narrar historias, reales o ficticias. Aquí, la autora se vale de las primeras para crear a unos personajes que podrían haber existido, o que lo hicieron de alguna manera. Hanneke, Ollie, Mina… todos ellos adolescentes que se jugaron el tipo para boicotear al ejército nazi. Unos repartían panfletos, otros capturaban imágenes a escondidas y los más osados, rescataban a otros de los centros de deportación, especialmente a los niños.

Es una pena que Hesse no se atreviera a llevar su historia hasta las últimas consecuencias. Porque a pesar de todo, no consigue capturar la dureza de lo que nos está contando. Su prosa es correcta, pero quizá demasiado amable, y todo el conjunto tiene un aire a novela juvenil que aquí no encaja. Todo resulta demasiado tibio. No me entendáis mal, ya todos conocemos los horrores de esta guerra, no necesito ahondar en ellos. Pero me gusta creerme lo que leo, y en este caso, no lo he conseguido.

Así pues, en definitiva, ¿me ha gustado la novela? Sí, en su planteamiento, y no, en su forma de desarrollarla. Me habría gustado un poco más de nervio, que la autora se hubiese arriesgado a llevar a sus personajes unos pasos más allá y les hubiese imprimido algo más de carácter en sus palabras y actos, no sólo en su descripción; y sobre todo, que hubiese prescindido de los aires románticos que soplan de vez en cuando y los hubiera cambiado por un narración más pegada a la realidad que se debió vivir aquellos días en las calles de Ámsterdam. 

miércoles, 15 de febrero de 2017

"Hacia rutas salvajes", por Jon Krakauer.

En abril de 1992, Chris McCandless , recién graduado por la Universidad Emory de Atlanta e hijo de una familia adinerada, se adentró en los bosques de Alaska sin más equipaje con una pequeña mochila y unos kilos de arroz. Cuatro meses más tarde, una partida de cazadores de alces encontró su cuerpo en un autobús abandonado junto a La Senda de la Estampida. No es una sinopsis, ni un resumen propiamente dicho, sino que ocurrió así. De verdad. En el libro que hoy os traigo, su autor, Jon Krakauer, repasa el periplo de McCandless e indaga en las causas que le condujeron a la muerte. De eso va “Hacia rutas salvajes”.

En enero de 1993, Krakauer publicó un artículo para la revista Outsider que sería la antesala de la novela que hoy os traigo. Causó tal fascinación entre los lectores, y entre el mismo autor, que éste se lanzó a una investigación mucho más pormenorizada y exhaustiva de la figura de Christopher McCandless. Ya avisa Krakauer en el prólogo de su incapacidad para ser un biógrafo imparcial, y así se siente a lo largo de los dieciochos capítulos que componen la novela, en la que se palpa la admiración del autor por la figura de Chris. Un niño que lo tenía todo, pero que decidió buscar en lo básico su propia felicidad.

“La dicha de vivir proviene de nuestros encuentros con experiencias nuevas y de ahí que no haya mayor dicha que vivir con unos horizontes que cambian sin cesar, con un sol que es nuevo y distintos cada día. Si quieres obtener más de la vida, debes renunciar a una existencia segura y monótona.”

La figura de McCandless no causa, desde luego, indiferencia. A unos les parecerá un loco, un desaprensivo, un idiota o un arrogante. Para otros es casi un ídolo, un ejemplo a seguir. Pero lo que es innegable es que su idealismo conduce a la reflexión, invita a pensar en cómo sería una vida más sencilla, volviendo a los orígenes, supliendo los excesos de nuestra vida acomodada a base de nuevas emociones. Yo no esperaba, sinceramente, que una historia como esta pudiera tocarme tanto. Pero de alguna forma, conseguí empatizar con McCandless de un modo extraño. Y en ningún momento me pareció un idiota, ni un loco, sino un niño inmaduro, quizá dolido con un padre al que sobró dinero y mano firme y al que le faltó comprensión, mimado en exceso en lo material, en permanente búsqueda de una relación de verdad.

El estilo de Krakauer, aunque aséptico, objetivo y alejado de sentimentalismos, destila una absoluta devoción por la figura de McCandless, e incluso introduce un par de paréntesis en la historia para narrar su propia aventura en el Pulgar del Diablo, con la que trata de introducir ciertos paralelismos entre el protagonista de su narración y él mismo. Lo cierto es que me han parecido la parte más prescindible de esta historia.

Sé que os traigo hoy una historia que para muchos será poco atractiva a priori, acostumbrados como estamos a narraciones con más ritmo, menos reflexivas. Reconozco que ni yo misma esperaba acabar tan imbuida por el personaje de McCandless y su aventura, pero acabé cerrando el libro con lágrimas en los ojos y bastante tocada emocionalmente. Supongo que es una razón tan buena como otra para animaros a leerlo.

miércoles, 8 de febrero de 2017

"Juntos, nada más", por Anna Gavalda.

Nosotros cuatro, aquí, ahora, en este Clío destartalado, liberados, juntos, y que venga lo que tenga que venir…

Qué difícil se me hace hablar de las historias que me alcanzan así, a traición. De esa forma tan inesperada que a veces te arrebatan los libros la vida que tienes fuera de ellos. Esos días en los que caminas con la cabeza en otra parte, en los que te encuentras frunciendo el ceño y sonriendo sin motivo, ajena a lo que ocurre a tu alrededor, buscando un resquicio de calma para abrir una novela y evadirte. Evadirte de verdad, marcharte lejos, no entender nada de lo que ocurre a tu alrededor. Así han sido mis días con ellos, con Camille, con Paulette, con Franck y Philipert. “Juntos nada más” se llama la historia que ha regalado un montón de instantes de absoluta felicidad. Y Anna Gavalda su autora, a la que tanto hice esperar en mi estantería…

Camille dibujaría si tuviera fuerzas para hacerlo. Malvive en una buhardilla y limpia oficinas de noche. Un día, cuando ya está al borde del abismo, es rescatada por su vecino, Philibert, un caballero venido de unos siglos atrás, educado, tartamudo y vendedor de postales, compañero de piso de un cocinero malhablado, Franck Lestatier, que a su vez, vive encabronado porque la única persona que le ha querido en la vida se apaga en un asilo sin que él pueda hacer más por ella, por su abuela Paulette.

Y eso es todo. No ocurre mucho más a lo largo de las más de quinientas páginas que conforman esta novela. Ni falta que le hace. Porque sus personajes, con sus vivencias, llenan el espacio que necesita el lector y hacen que uno quiere quedarse con ellos por siempre. Anna Gavalda construye unos personajes reales, sazonados de una tristeza inmensa de la que aprenden a desprenderse juntos. Y así, Camille empieza de nuevo a dibujar, y Franck cocina en casa para que a esa niña frágil le engorden las muñecas y las piernas, y Philibert va encajando las sílabas y perdiendo el miedo, y Paulette aprende y enseña acerca de la resignación.

Sonrieron a sus reflejos en el espejo y ese medio segundo duró más que un medio segundo normal.

Para conseguir eso, se necesita escribir muy bien. Y así lo hace Gavalda en esta historia, cuánto lamento el tiempo que la tuve en la estantería, sin acercarme siquiera a mirarla. Aún no me explico cómo no presentí la ligereza, la belleza que se escondía en sus páginas. La francesa no necesita alardes literarios, no presume de nada. Escribe, del mismo modo que Camille dibuja, con sencillez, aferrada a lo mínimo, a lo más básico. Sin adornos ni exquisiteces, con delicadeza, con ternura, captando instantes que van de lo cotidiano a lo excepcional, retratándolos con exactitud. La francesa insufla vida a sus personajes a través de los diálogos, buscando la voz propia con la que ha de expresarse cada uno de ellos y logrando unos diálogos que suenan espontáneos y reales.

Como veis, ha sido una lectura de la que he disfrutado muchísimo y a la que no he encontrado nada que objetar. Ahora me toca seguir leyendo a la francesa, aunque me da un poco de respeto leer por ahí que esta es su mejor novela y que quizá las otras no vayan a gustarme tanto. ¿Me recomendáis algún otro título suyo?