miércoles, 29 de julio de 2015

"Mr. Mercedes", por Stephen King.

Dicen que “Mr. Mercedes” es una novela que no parece escrita por Stephen King. Quizá el cambio de género haya influido en ésa percepción, con la que no puedo estar menos de acuerdo. “Mr. Mercedes” cumple punto por punto con las características del universo King, desde la forma en que está escrita hasta el punto y final, pasando por el desarrollo de los personajes y ésa especial capacidad para convertir en espeluznante lo cotidiano. Y por si acaso a alguien le quedaban dudas, King nos va dejando pequeñas migas de sus personajes y obras más emblemáticas, de los que fácilmente reconoceréis, aún sin ser devotos de su obra, al payaso Pennywise y a Christine.

Lo mejor de “Mr. Mercedes” son sin duda sus personajes. Y eso que no, no hay nada nuevo bajo el sol. El inspector retirado Hodges es un tipo aburrido, obeso, apático, cansado. Su némesis, Bradley, es un pequeño Norman Bates que contiene tanto del clásico de Alfred Hitchcock como del personaje de la serie de la A&E interpretado por un fabuloso Freddie Highmore. Hasta la madre de Bradley podría ser ésa seductora Vera Farmiga de “Bates Motel”. Así pues, tenemos un enfrentamiento tan clásico como efectivo: el inspector retirado contra el asesino fugado. Quizá lo más novedoso sea la presencia del enemigo exhibida desde el principio. Aquí no hay que encontrar al malo, no hay que seguir pistas. Bradley, ése ser siniestro, inteligente, despliega su brutal complejo de Edipo y su absoluta carencia de escrúpulos desde las primeras páginas. Y lo peor, se nos muestra como un ser anodino. Lo más inquietante de Bradley es que podría ser cualquiera, desde el tipo que le vende los helados a tus hijos al chaval de rojo que repone discos en Media Markt.
Y junto a estos dos pilares desfilan unos secundarios pletóricos y radiantes, llenos de encanto, peculiares, salpicados de un humor necesario y oscuro. Jerome, ése encantador negro zumbón, y Holly, ésa pequeña y adorable psicótica.

El estilo de King, os lo prometo, que ya llevamos él y yo unas cuantas páginas compartidas, es el de siempre. De ése que hace que las letras se te escurran entre los dedos, en el que todo fluye y te atrapa, en el que lo cotidiano se torna primero inquietante y después atroz. Los que la habéis leído (¡gracias chicos, fue genial!) seguro que recordáis ése episodio de la infancia de Bradley que tiene que ver con un camión y una puerta de sótano, ¿verdad? A eso me refiero. A cómo King agarra los sentimientos más puros, más comunes, más sencillos y los retuerce en un giro imposible, convirtiéndolos en un acto de horror.

El ritmo de la novela me ha recordado mucho a uno de los primeros clásicos que leí de la vasta obra de King, la fabulosa “Ojos de fuego”. Un ritmo que sin llegar a ser trepidante, sin ser de ésos que te deja sin aliento, consigue enredarte y hacerte querer leer más, más, más. Un poquito más. Y ya una vez dentro del enredo, temes. No se te vaya a morir ése personaje que te encanta. Y sonríes, aunque la cosa no tenga gracia. Y aprietas los gemelos, para que Hodges y Jerome y todos ellos corran más aprisa. Ya está dentro. De eso se trata a veces esto de la lectura. De la más grata y amable evasión.

martes, 21 de julio de 2015

"Diario de Gordon", por Marcos Chicot.

Querido diario:

Por fin he conocido al dichoso Gordon. Me habían hablado tanto de él que no veía el momento de encontrármelo y poder opinar, al fin, de su persona. Y qué persona… No. Pongamos todas las letras. Qué personaje.

Sabes bien, querido diario, que no soy muy dada a la algarabía y la carcajada literaria. Que con una cerveza en la mano y el ambiente adecuado, puedo reírme hasta de mi sombra. Pero por escrito, lo sabes, el que me quiera sacar la risa se tiene que trabajar la suela. Así que ya te imaginarás, con semejantes antecedentes, que no, no me he reído demasiado con Gordon. No me gustan los misóginos, no me hacen gracia las vomitonas y los pedos de ascensor. Llámame rara.

Había leído ya antes a Marcos Chicot, y alabo su prosa y su valentía para, a estas alturas, sacar del cajón a Gordon. Porque muchos de los que han leído sus thrillers históricos con gusto podrían frenar en seco al toparse con semejante sucesión de situaciones inverosímiles, incluso dentro de su contexto,  y a mi parecer, siempre a mi parecer, carentes de gracia. Entiéndeme, querido diario, cuando digo esto. Y no olvides nunca que igual es cosa mía, que seguro que hay un público para el humor de Gordon. Pero es que yo, la sal gorda, sólo con la lubina al horno.

No todo lo que te voy a contar es malo, lo prometo. Quiero redimirme y ser una persona mejor, contar cosas bonitas de todo lo que leo, intentar encontrar el lado bueno de las cosas. Aunque me cueste. Así que te confesaré que “Diario de Gordon” está bien escrito, que se nota que Chicot tiene oficio, que le gusta jugar con la palabra. Y también se nota que se lo pasó bien escribiendo esta historia, y le agradezco la franqueza al hacerlo. Que el ejercicio al que nos invita, el hecho de mirar el mundo a través de los ojos de alguien como Gordon, es interesante.

Pero exceptuando lo dicho, me reitero, no me ha gustado. He terminado sobrepasada por el abuso de la mortadela y la mantequilla de cacahuete, casi mareada ante tantas exageraciones y momentos imposibles, peleada con un humor que no está hecho para mí.