martes, 24 de febrero de 2015

"El nadador en el mar secreto", por William Kotzwinkle.

“El nadador en el mar secreto” es una de las lecturas más difíciles a las que me he enfrentado últimamente. Y por eso, en este breve tiempo que llevo contando lo que leo, es también esta reseña la más complicada que he tenido que escribir. Por muchas razones. Una de ellas es la brevedad de la historia que nos cuenta William Kotzwinkle, apenas noventa páginas, la línea que separa el relato de la novela. Pero sin duda, la causa principal es que se trata de una lectura profundamente dolorosa. Sin concesiones.

El mar, tan vasto e insondable, siempre ha sido recurso útil para hablar de muchas cosas. Ha servido de metáfora al amor, al sexo, a la pérdida, a lo salvaje y lo desconocido. Aquí es un poco todo eso, pero es, sobre todo, metáfora de ésos dos puntos que marcan nuestra existencia: su comienzo y su final, la intensa lucha central en la que al final todos acabamos capitulando. La historia de Diane y Laski explora ambos límites, concebidos ambos como dos nadadores que tratan de mantenerse a flote mientras le vida les somete a los dictados que nos tiene reservados.

La narración arranca la noche en que Diane rompe aguas, aunque será Laski, su marido el que ejerza como narrador. Un ejercicio poco visto ya que en ése instante del nacimiento la madre y el hijo suelen ser los protagonistas habituales. Desde su óptica asistiremos a una lucha, épica y cotidiana a un tiempo, de una madre y un hijo que luchan por traer la vida a este mundo. Una narración cargada de metáforas, hermosísima, pero lejos de lo idílico.

La bata estaba empapada, el cabello emplastado como si le hubiera caído el mar encima. Cerró los ojos y se formaron unas patas de gallo, unas arrugas que él nunca le había visto, las arrugas de la edad, y por eso supo que habían pasado auténticas eras.(…) Volvió a incorporarla al notar que la marea se los llevaba de nuevo hacia las aguas salvajes e inexploradas.

Si es posible que el dolor y la belleza se aúnen de algún modo, entonces eso es lo que encontraréis en esta novela: una historia hermosa pero dura, áspera y brutalmente dolorosa, sin la más mínima concesión pero de una dignidad espeluznante, sin sentimentalismos que la adornen. Habría sido tan fácil como innecesario caer en ellos, ya que la historia tiene la entidad suficiente como para golpearte por sí misma. Una lectura casi obligada a la que debéis aproximaros, eso sí, con el ánimo adecuado.

jueves, 19 de febrero de 2015

"Una tienda en París", por Màxim Huerta.

“Una tienda en París” ha supuesto mi tercer encuentro literario con su autor, Màxim Huerta. Uno de ésos escritores a los que se siempre tendemos a mirar bajo el cristal de los prejuicios y que, sin embargo, me conquistó desde las primeras líneas de “La noche soñada” y que consiguió volver a hacerlo con “El susurro de la caracola”. Os adelanto ya que también ha sido muy agradable la lectura de esta novela, con sus dos hilos temporales y sus marcados contrastes.

Porque “Una tienda en París” es ante todo eso, una historia de contrastes. Del luminoso y jovial París de los años 20 al Madrid a veces gris de nuestros días; del exuberante universo de Modigliani, con su botella de ron y sus bellas mujeres, a la existencia gris de una hija sin madre. De la aparentemente luminosa Alice Humbert a la Teresa que no encuentra el color con el que pintar su vida. Y cubriendo sus historias como una pátina flota la idea del destino y sus señales, el cómo serían nuestras vidas si supiéramos leer e interpretar las pequeñas pistas que nos va poniendo sobre la mesa.

Con un tono pausado, común a todas las novelas del autor, no estamos ante una trama de las que se leen con fruición ni necesidad. Narrada en dos líneas temporales que se irán alternando y entrelazando continuamente, Màxim Huerta construye dos personajes que habrán de sostener su historia. Conoceremos primero a Teresa, criada por una tía estricta hasta la náusea que ha convertido su vida en un rígido fluir de días en los que no pasa nada. Para evadirse, Teresa pinta. Lo hace en blanco y negro, abusando del difuminado para disimular errores, incapaz de romper el lienzo y empezar de nuevo. Hasta que un día, al pasar frente a un anticuario, un cartel de madera escrito en francés captará su atención: Aux tissus des Vosges, Alice Humbert. Nouveautés. A partir de este instante, Teresa se atreverá por fin a dar un paso adelante y trasladarse a París siguiendo las señales de ése hipotético destino que parece aguardarla. Allí se adentrará en la historia de Alice, el otro sostén de la historia. Un personaje que guarda mucho en común con Teresa, pero del que no os revelaré nada más. Junto a ella desfilarán personajes reales y ficticios que conviven con acierto.

Si hay algo realmente delicioso en esta novela es la prosa, delicadamente emotiva, de su autor. Màxim Huerta sabe hallar la emoción en los objetos cotidianos, en lo corriente. Su escritura fluye con sencillez pero cargada de una intensa belleza, dejando a su paso un reguero de frases de ésas que se subrayan y se releen, de las que te sacan una lágrima imprevista. No me malentendáis, no esperéis encontrar almíbar entre sus letras. Todo lo contrario.


Necesario es también destacar la importancia, de nuevo, de la figura materna. Un tema recurrente en todas sus novelas que, sin embargo, tiene un cariz distinto en cada una de ellas. Si en “La noche soñada” era una figura presente, corpórea, aquí ocurre que aparece de forma más discreta, elevándose sobre la historia sólo al principio y al final de ésta. Reconozco que esta parte ha conseguido emocionarme hasta la médula. ¿Os veis capaces de llorar por culpa de un delantal colgado de un clavo? Probad. 

martes, 17 de febrero de 2015

"Vestido de novia" por Pierre Lemaitre.

París ya no es una postal ni una ciudad anegada por el amor. El noir francés, casi un género nuevo con entidad propia, encarnado por dos autores como Thilliez y Lemaitre, desmonta la idílica imagen de la capital francesa para mostrarnos la otra cara: el París de los suburbios donde se arremolinan las prostitutas, una ciudad en la que también campan las ratas y el horror. 

Como ya hiciera en su anterior novela, “Alex”, Lemaitre reinventa la ciudad y nos ofrece un thriller con un ritmo espectacular y una trama magistralmente hilvanada.

“Vestido de novia” se estructura en cuatro partes muy distintas entre sí. La primera de ellas se lee mal. Resulta farragosa, desconcertante, casi incomprensible para el lector que como su protagonista, Sophie, no entiende qué está ocurriendo. Confieso que pasé semanas atascada en el arranque, sin encontrar las ganas de continuar, temerosa de una decepción con un autor y una historia de los que esperaba mucho, muchísimo. Me las apañé para seguir leyendo y entender, así, que Leimatre lo hace adrede. Que es necesario el desconcierto y el malestar que causa este inicio, tan complejo, para llegar confiada a la segunda parte. Y una vez llegados aquí, dejadme que os confiese algo. No hice ni la cena. La ropa se quedó dentro de la lavadora hasta el día siguiente. Y me fui a trabajar con muy poquitas horas de sueño a la espalda. Pero mereció la pena.

Con un giro absolutamente inesperado, magistral, la novela coge impulso y da un salto hacia adelante. Lemaitre juega, juega divertido con las letras, cambia de tiempo verbal, se regodea en la longitud mínima de algunas frases para imprimir un ritmo brutal a su narración. La novela te engulle, la trama fagocita al lector y sólo queda abandonarse a la historia hasta el final.

Podría haber sido un fiasco, podría haber estado mal resuelta, o mal justificada o podría tener algún pero. No digo yo que no lo tenga. Pero juro que no he sabido encontrarlo. La trama se construye prestando atención hasta al más minúsculo detalle, con precisión quirúrgica, y se cierra con la misma limpieza y exactitud. Pierre Lemaitre se erige como un narrador bestial, un contador de historias a la altura de los más grandes autores de novela negra clásica, conservando lo esencial e insuflando, a un tiempo, aire limpio en los pulmones de un género en el que ya creemos haberlo visto todo.


martes, 10 de febrero de 2015

"Sin alma" por Guillermo Sendra.

No os dejéis engañar por el contundente título de la novela que hoy os traigo. Al contrario de lo que promete, es una historia con mucha alma. Uno de ésos libros poco conocidos, apenas reseñados, parido por un autor desconocido y una editorial pequeña, pero que se cruza contigo un día, regalándote una muy grata sorpresa. “Sin alma” es una de ésas novelas que cuando terminas quieres recomendar a todo el mundo. Que la lean tus amigos, tu familia, los blogueros de aquí a Antioquía, para poder compartir tus impresiones con alguien.

Oriol Bas es un escritor de ésos que gozan ya de cierto renombre. Podríamos decir que sufre de un moderado éxito en todos los aspectos. Una noche recibe la llamada desesperada de Álex, un antiguo amigo de la universidad, que le pide perdón para después quitarse la vida. De forma un tanto instintiva, Oriol decide investigar por su cuenta qué hay detrás de ésa última petición. Y ya os digo que encuentra muchas cosas que no esperaba hallar.

Una trama bien armada, con algún que otro giro más o menos inesperado, que no se limita sin embargo al thriller convencional. Guillermo Sendra enriquece cuidadosamente su historia jugando con los tiempos pasados y presentes, dotándola de contexto social y con un delicioso poso metaliterario. Los pasajes en los que Oriol ejerce como profesor de literatura son un auténtico regalo para el lector. Las voces de Rubén Darío, Machado o Benedetti surgen limpias, sin entorpecer la historia, pequeñas píldoras de poesía encajadas con gusto en la trama. El lector pasa a formar parte del alumnado que escucha atento al profesor.

Y es que si hay algo que me ha encantado de “Sin alma” es que rezuma amor por la literatura por los cuatro costados. La prosa del autor transmite un idílico enamoramiento del oficio de escribir, lo hace con mimo, con delicadeza, plagando su narración de belleza pero sin convertirla en algo ostentoso o demasiado complicado para el lector. Acierta también en la descripción de ambientes y lugares, consiguiendo en unas pocas líneas lo que otros no consiguen con elaboradísimas descripciones: la inmersión.  Quizá el apartado más flojo esté en los diálogos, que resultan en ocasiones algo forzados por el lenguaje usado y  su extensión.


Como thriller quizá se le podría achacar cierta previsibilidad y algo de precipitación en algunos compases, pero en su conjunto es una novela muy recomendable, que disfrutarán todo tipo de lectores, desde aquellos que disfrutan de los libros sobre libros hasta aquellos que buscan la denuncia social o el más puro género negro. Leedla.

jueves, 5 de febrero de 2015

"Me encontrarás en el fin del mundo", por Nicolas Barreau.

¿Habéis estado alguna vez en París? Yo no. Quizá por eso conservo en mi mente una imagen de postal de la capital francesa. En mi imaginación, París es una enorme urbe que orbita en torno a la Torre Eiffel, plagada de calles que huelen a café y a pan recién hecho, poblada de hombres y mujeres elegantes y de suaves ademanes. La novela que de la que hoy os hablo, “Me encontrarás en el fin del mundo”, dibuja también esa estampa de la ciudad del amor. Por eso ha sido un poco como estar allí…

Jean Luc es un galerista parisino, obviamente guapo y exitoso, que un día recibe una carta, metida en un sobre azul, que resulta ser una apasionada declaración de amor de una desconocida. Unas líneas que intrigarán a nuestro protagonista, que caerá sin remedio en el juego que le propone la dama sin nombre. Con este punto de partida, algo trillado y cursi, para qué lo vamos a negar, se inicia una trama sencilla, algo previsible pero bien narrada y agradable de leer.

El estilo de Nicolas Barreau es tremendamente sencillo, su prosa algo almibarada, pero amigos ¡esto es París! Aderezada con un suave humor blanco y alguna simpática referencia literaria, “Me encontrarás en el fin del mundo” es el equivalente a ése bombón de chocolate que te comes a escondidas después de cenar: carece de nutrientes, dura un suspiro, pero te endulza la vida. Quizá el uso ocasional de expresiones en el idioma original seguidas de su traducción al castellano puede crear una sensación extraña en el lector, como si los personajes repitieran sus frases sin sentido, pero imagino que es un recurso para recordarnos, otra vez, donde estamos.

La ambientación parisina no se limita a la esporádica aparición de baguettes y galerías de arte. Nicolas Barreau nos invita a un tour turístico por las más emblemáticas rues de la ciudad, por sus restaurantes más famosos y sus tiendas carísimas, los cafés plagados de gentiles hombres y mujeres que frenan sus vidas un instante para degustar un croissant a media mañana. París se siente y se huele tras las letras.

Construye también el autor una interesante galería de excéntricos personajes, llenos de glamour y color, como no podía ser de otra forma. Jean Luc es guapo, mujeriego, superficial… pero es un buen tipo, cae bien. A su alrededor pululan artistas, profesores, ricos caprichosos, mujeres hermosas, todos dibujados sin demasiada profundidad pero con mucho encanto.

“Me encontrarás en el fin del mundo” es un entretenimiento sencillo, agradable, que explota la idílica premisa del amor más allá de la apariencia física, la posibilidad de enamorarse de alguien sin rostro, la loca idea de que incluso la rolliza hija del panadero pueda convertirse en la particular reina de Saba de un galerista terriblemente rico y guapo. No, no os estoy destripando nada, lo juro. Si queréis conocer la misteriosa identidad de la dama, tendréis que viajar a París con Nicolas Barreau. A la vuelta, seguro que sólo podéis exclamar un alegre Oh, là là!

lunes, 2 de febrero de 2015

"Los años de peregrinación del chico sin color", por Hakuri Murakami.

Hay ocasiones en las que uno ha de olvidarse de las inacabables listas de libros pendientes, de los géneros e incluso las apetencias, y escoger lectura dejándose guiar por la más desnuda y simple necesidad. En mi caso, sentarme con Murakami es lo más parecido que tengo en casa a una botella de whisky añejo, del que uno sólo se atiza un buen trago cuando arrecia la tormenta interior. Su prosa me resulta balsámica, acogedora, casi curativa.

“Los años de peregrinación del chico sin color” nos cuenta la historia de Tsukuru Takazi, un joven ingeniero que tiene una enorme herida abierta. Un ser solitario y tranquilo que a sus treinta y seis años entiende que para empezar a vivir ha de cerrar cuentas pendientes. Es por ello que decide volver atrás e intentar averiguar qué ocurrió dieciséis años atrás, cuando sus cuatro mejores amigos decidieron abandonarle sin darle explicación alguna.

Es probable que sea esta la novela más sencilla de Murakami. Totalmente alejada de la complejísima irrealidad de “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas” o de la onírica “After Dark”, el autor japonés construye su trama más lineal, menos extravagante. Pero no por ello abandona los temas recurrentes de su literatura: el amor, el sexo, la muerte, los sueños. Los colores del alma humana, las almas sin color. Pero en este caso,  el autor nos habla sobre todo de una transición, la que va de la juventud a la vida adulta, y de ésa extraña dicotomía entre el concepto que tenemos de nosotros mismos y el cómo nos ven los demás.

Narrada con su prosa siempre envolvente, reflexiva y siempre atinada, Murakami dibuja a sus personajes de forma prodigiosa, con mimo, y nos los entrega para que nosotros formemos parte del todo, otorgándonos la capacidad de juzgar, adivinar, colorear.

Para los que no han leído nunca a Murakami, o lo hicieron y tropezaron con el escollo de sus extraños universos, “Los años de peregrinación del chico sin color” es una novela perfecta para el estreno o la reconciliación. Para los que ya conocen la especial conexión que el autor es capaz de establecer con su lector, como si de un ser único se tratara, la historia cumple con su cometido. Al menos lo ha hecho conmigo. Me ha curado algún rasguño.